Proyecto Gran Simio (“primero se reirán de ti…”)

El pasado 5 de junio tuve la oportunidad de celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente en el Congreso de los Diputados, de la mano de gorilas, chimpancés, bonobos y orangutanes, en una conferencia sobre el Proyecto Gran Simio, organizada por la Asociación Parlamentaria en Defensa De los Animales. Han pasado 8 años desde que esta iniciativa, con una sólida base científica, ética y jurídica, fuera cobardemente guardada en un cajón del Congreso, no sin antes ser objeto por parte de algunos de tan injusta como ignorante mofa.

Proyecto Gran Simio (PGS) es una asociación que tiene por objetivo la protección de los grandes simios y los lugares donde habitan, a través del reconocimiento de su derecho a la vida, a la libertad y a no ser torturados. Personalmente, no veo chiste alguno en defender a familias rotas por el asesinato o el secuestro de sus miembros, que asisten impotentes al saqueo y destrucción de sus hogares; a madres separadas de sus hijos y obligadas a reproducir sin descanso; a individuos prisioneros de por vida para satisfacer los intereses (¿superiores?) de otros. La destrucción de las selvas tropicales está provocando la disminución de las poblaciones de grandes simios en libertad. En España, PGS ha comprobado y denunciado las deficientes condiciones físicas y psicológicas en las que se encuentran los grandes simios cautivos.

La ciencia ha constatado ya de forma irrefutable que estamos hablando de seres vivos inteligentes, con conciencia de sí mismos, capacidad de comunicación, sentido del tiempo, compleja vida emocional, que establecen estrechos e intensos lazos familiares y sociales… y que, con todo ello, sólo se diferencian genéticamente de los seres humanos en menos de un 1%. Pero, ojo: la reivindicación del derecho de los grandes simios a vivir en libertad y sin tortura no se fundamenta, en esencia, en el hecho de que como “hermanos evolutivos” sean más parecidos a nosotros que individuos de otras especies. Aunque no compartieran con los seres humanos la mayor parte de esas capacidades, el simple hecho de tenerlas y de ser capaces por tanto de sufrir en relación con ellas, ya les hace moralmente merecedores de protección. Y es que, en último término, de lo que estamos hablando es de que nuestra obligación moral de “no dañar al otro” rompa definitivamente la barrera de la especie, como en otro tiempo hubo que romper la barrera de la raza o del género. Si sabemos con certeza que una hembra chimpancé y su cría sufrirán si se les separa angustia, dolor, tristeza, preocupación, estrés… ¿acaso no tenemos la obligación moral de evitarlo? ¿Podemos ignorar ese sufrimiento solamente porque quien lo padece pertenece a otra especie?

Muchos entendemos que estas reivindicaciones deben realizarse en favor de todos los animales con capacidad de sintiencia. Pero superar la barrera de la especie significa todavía en nuestra sociedad derribar demasiados cimientos antropomórficos, que se tambalean ante la sola idea de tener que vernos moralmente obligados a renunciar a una posición de especie dominante, que durante tanto tiempo ha justificado – y lo sigue haciendo – prácticas de explotación y tortura de otros animales.

Por ello, no siendo el argumento sobre el que, en mi opinión, debe apoyarse la defensa de los derechos de los grandes simios, lo cierto es que el hecho de compartir con los seres humanos tantos atributos cumple una valiosísima función: facilitar el despertar de la empatía y la consideración moral por el sufrimiento de individuos de una especie distinta. No son pocos quienes confiesan esa “punzada” al enfrentarse a la mirada de uno de estos animales en cautividad, o quienes, sin necesidad siquiera de datos científicos sobre genética, reconocen comportamientos humanos cuando ven interactuar a grupos de grandes simios. Esta proximidad genética resulta de gran utilidad para hacer entender su sufrimiento y, por tanto, su urgente necesidad de protección. Y, al mismo tiempo, nos brinda una irrechazable oportunidad para abrir siquiera un resquicio en el hasta ahora infranqueable e inamovible “círculo de la moral” en el que se encierra con exclusividad el ser humano, para poder extender el mismo a otras especies.

En nuestro Derecho, los animales no humanos son considerados cosas, meros bienes suceptibles de propiedad, cuyos dueños pueden disponer libremente de ellos. Iniciativas como PGS reclaman para estos animales un estatuto jurídico diferente, que les permita gozar de una protección legal acorde a sus intereses. Hay quien se escandaliza cuando nos escucha reclamar para no humanos la condición de “personas”. Seguramente no se ha parado a pensar que dicho estatuto se atribuye sin mayores problemas a empresas y fundaciones. Desde el punto de vista legal, la personalidad no es más que un artificio del Derecho a través del cual se reconoce a un individuo o entidad relevancia jurídica, que puede manifestarse en capacidad para ser titular de derechos, para contraer obligaciones, para operar jurídicamente… Si una entidad bancaria es “persona”, ¿cómo no ha de serlo un gorila, siquiera para reconocerle como sujeto de unos derechos básicos (a la vida, a la libertad, a no ser torturado…)?

Ante la constatación de las atrocidades que se cometen contra animales de especies distintas a la nuestra, no parece chistoso ni escandaloso poner el Derecho al servicio de la protección de estos seres. Si sabemos que sufren, que ese sufrimiento es moralmente inaceptable y que podemos protegerlos frente a él, no hay chiste, ni escándalo: es una cuestión de evidencia científica, de ética… y de técnica normativa.

Toda verdad atraviesa tres fases: primero, es ridiculizada; segundo, recibe violenta oposición; tercero, es aceptada como algo evidente. Recordando la célebre frase del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, PGS prosigue su lucha, reivindicando públicamente el reconocimiento legal de los grandes simios como personas no humanas. Reivindicación contenida en un MANIFIESTO que PGS dirigirá a Naciones Unidas para pedir una Declaración de los Derechos de los Grandes Simios, y que con el apoyo de numerosas personalidades del mundo científico y académico, sigue buscando la firma de juristas, científicos, catedráticos, profesores, escritores, técnicos…

Proyecto Gran Simio. Ha llegado la hora de derribar de una vez por todas el prejuicio de especie, y de actuar como los seres racionales y morales que nos vanagloriamos de ser.

María González Lacabex
Abogada